En las sociedades adelantadas un 87% de la población, y entre las mujeres hasta el 91%, se marcan como meta adelgazar a principio de año, aunque la mayoría lo hace por razones meramente estéticas y tan sólo un pequeño porcentaje motivado por razones de salud. La Obesidad es el acumulo de grasa en el organismo, constituyendo en esas sociedades opulentas la llamada epidemia del siglo XXI, y España como la líder de Europa con un 15% de la población adulta y el 12% de la infanto-juvenil (aunque si incluimos a los afectados por sobrepeso llegaríamos al 60%, nada menos que dos de cada 3 habitantes).
Aunque la grasa corporal fue en un principio el único recurso de la naturaleza para permitirnos sobrevivir a cataclismos, hambre y epidemias, en el momento actual, y en especial la grasa abdominal, se constituye en un depósito liberador de factores de inflamación de “bajo grado”, que afectando a otros tejidos llega a incrementar en ellos el riesgo de enfermedad. Así puede hasta casi cuatro veces aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares e hipertensión arterial, en más de tres y medio el de Diabetes mellitus tipo II y el de cáncer de mama casi tres. Todo ello sin contar con las enfermedades del sistema músculo-esquelético, endocrino, digestivo, etc, a las que puede poner en manifiesto o agravar
Existe un condicionamiento genético para padecerla, inabordable hoy por hoy desde el punto de vista preventivo y terapéutico, y otro epigenético (discretas modificaciones en nuestro Fenotipo condicionadas por las mutilaciones que el ambiente produce en nuestro genoma) que sí podrían ser objeto de control. Nuestro Metabolismo es cambiante a lo largo de nuestra existencia, adaptándose a las circunstancias, siendo responsable de éste mecanismo, en gran parte, nuestro sistema hormonal. Cada individuo tiene sus propios requerimientos energéticos, su Metabolismo Basal, el mínimo consumo de energía que nos mantiene con vida (respirar, latir, mantener el tono muscular en reposo y la actividad cerebral, hormonal, etc, así como la generación y pérdida de calor). Todo ello constituye un “mecanismo” involuntario y sobre el que no podemos influir, por lo que la expresión tan habitual de cambiar el Metabolismo carece de sentido y su “oferta” como tratamiento es un engaño.
Hablando acerca del incremento de la obesidad entre nosotros podemos considerar dos aspectos fundamentales:
1. El cambio del saludable patrón de Dieta Mediterránea al consumo cada vez más habitual y diario de comidas con mayor contenido calórico, proteico y ricas en grasas saturadas y trans, carentes de verduras, hortalizas, frutas, fibra vegetal, etc.
2. El hecho de ser la generación actual la más sedentaria de cuantas nos han precedido, tanto en el trabajo como en los desplazamientos y en el ocio.
Podríamos añadir a estos dos aspectos los cambios debidos a las distintas informaciones con que las redes sociales de comunicación nos bombardean a diario tanto en prensa, revistas, televisión… que favorecen y facilitan comportamientos inadecuados: Propaganda en los medios de productos alimenticios, bebidas, consumo de alcohol, etc…
¿Cómo prevenir y tratar el problema?
La prevención está fundamentalmente en manos de los poderes públicos, comenzando en la escuela, llevando al conocimiento de los ciudadanos información adecuada, contrastada y veraz de lo que constituye una sana y variada alimentación. Aquí juega un papel importante la Profesión Sanitaria (médicos, enfermeros, farmacéuticos, nutricionistas, monitores deportivos, etc.) no sólo en lo que a los aspectos nutricionales se refiere, si no también contribuyendo a explicar y alertar de los innumerables mitos, engaños y “falsas verdades” que, con indudable ánimo de lucro para algunos, forman parte ya del “subconsciente colectivo”: Así las que circulan acerca de las “causas” de obesidad (retención de líquidos, mal funcionamiento del tiroides, la celulitis, etc.) o las que tratan de solucionarla (dietas milagro de todo tipo, medicamentos “quemagrasas”, como L-carnitina, poliglucosaminas, extracto de Konjac, polvos de semilla de guaraná, efedrina, corteza de cangrejo rojo , té verde, etc.). También es cierto que hoy el concepto de Dieta Mediterránea, pirámide nutricional; contenido calórico de la dieta, etc., forma ya parte del saber general, aunque el cumplimiento real de tan conocido consejos sea más bien testimonial.
Y en cuanto al tratamiento se refiere, hoy por hoy, (si no el único, sí el principal y el más duro, por cuanto supone la lucha constante contra la báscula), sigue siendo la Dieta Hipocalórica, sea cual sea su componente, desde la más sana y equilibrada a la más aberrante e inverosímil. A ella se añadirá un ejercicio físico moderado (o intenso, si gusta y se tolera) pero diario.
¿Y qué hay respecto al tratamiento farmacológico de la obesidad? No existe actualmente ninguno que sea efectivo, y será fácil de entender con un ejemplo. No tendríamos que recurrir a la Cirugía Bariátrica en los casos de obesidad mórbida si existiesen tratamientos medicamentosos eficaces, de la misma manera que la aparición de estreptomicina y las simples hidrazidas terminaron con la cirugía de la tuberculosis y los sanatorios específicos para esa enfermedad.
¿Qué nos queda, pues?
La misma solución que ya nos aportaron nuestros abuelos hace muchos años, menos plato y más zapato. Aunque para ellos fue más sencillo, ya que las condiciones sociales y económicas en la que les tocó vivir hacía ese simple consejo cuestión de “obligado cumplimiento”. Sirva, finalmente de ánimo la conclusión de recientes estudios confirmando otros anteriores, que el ayuno ocasional pero reiterado, algún día y algunas comidas a la semana, favorece la regeneración celular al crear condiciones adecuadas en la mitocondrias de las células (sus “baterías”) que ayudarían a reparar las membranas celulares.
Dr. Vicente Miguel Holgado – Especialista en Medicina Interna, Endocrinología y Nutrición
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