
La deshidratación ocurre cuando el cuerpo pierde más agua de la que ingiere. A menudo se acompaña de alteraciones en el balance de sales minerales o de electrolitos del cuerpo, especialmente sodio y potasio. La deshidratación es el trastorno del metabolismo hidroelectrolítico más frecuente en el anciano.
La deshidratación supone un mayor riesgo para los ancianos y los niños y sus consecuencias pueden ser muy graves. En el anciano las respuestas compensadoras ante el estrés físico, metabólico o ambiental son lentas e incompletas.
El metabolismo del sodio y del agua están estrechamente relacionados. El contenido corporal de sodio está en relación con la ingesta dietética y con la eliminación por el riñón del mismo. En las personas normales el contenido corporal de sodio permanece prácticamente constante a pesar de variaciones en la dieta. En el anciano, debido a una serie de alteraciones del metabolismo del agua, la cantidad de agua corporal disminuye proporcionalmente con la edad y ésta pérdida es mucho más pronunciada en la mujer. Entre los factores que contribuyen a estas alteraciones destacan la sed y las alteraciones renales consecuentes a la edad. El Sistema Nervioso Central controla el balance hídirico mediante la acción de la hormona antidiurética (ADH) y el mecanismo de la sed.
Dos grandes grupos de factores contribuyen a la deshidratación en el anciano, el aumento de las pérdidas de agua y la disminución de su aporte.
Dentro de las pérdidas de agua, son especialmente importantes las infecciones agudas (neumonías y las infecciones urinarias), las pérdidas urinarias (mal uso de diuréticos, diabetes insípida, glucosuria en diabéticos, algunos medicamentos…), las pérdidas gastrointestinales (vómitos, diarreas, colitis isquémica…), hemorragias, alteraciones ambientales (climas muy calurosos, hipotermia), otros trastornos (quemaduras, ascitis, pancreatitis, hipoalbuminemia, diálisis peritoneal…).
Entre los problemas que originan una ingesta inadecuada de líquidos en el anciano destacaríamos, la dificultad para acceder a los fluidos (inmovilidad, medios de sujeción físicos, disminución de la agudeza visual), las alteraciones del nivel de consciencia (sedantes, fiebre, alteraciones del SNC), alteraciones del nivel cognitivo (demencia, psicosis, depresión…), alteraciones en el mecanismo de la sed.
Una ingesta inadecuada de líquidos cuando hace calor o cuando se realiza ejercicio físico pueden reducir significativamente los niveles de agua del organismo, sobre todo en los ancianos, niños pequeños, personas con enfermedades crónicas o sometidas a determinados medicamentos. Otras causas importantes de deshidratación son los vómitos, la diarrea, el exceso de sudoración, la fiebre o las quemaduras.
La deshidratación leve puede producir síntomas como sed, dolor de cabeza, debilidad, mareo y fatiga y generalmente provoca cansancio y somnolencia. Los síntomas de una deshidratación moderada implican sequedad de boca y mucosas, poca o ninguna emisión de orina, pesadez, pulso rápido y falta de elasticidad de la piel. Cuando avanza el proceso, la tensión arterial baja y el corazón no puede bombear suficiente sangre a los órganos y tejidos.
Las estrategias para prevenir la deshidratación pasan por ofrecer líquidos muchas veces al día, una dieta liviana y frugal rica en frutas, verduras y zumos, evitar la exposición solar y mantener los ambientes ventialdos y refrigerados.
Cuando aparecen signos graves de colapso vascular o manifestaciones del sistema nervioso central es necesario el manejo hospitalario.
Dr. Juan Antonio Andreo Ramírez – Director Médico de ASSSA
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