
Una de las funciones de la piel que envuelve a nuestro organismo es la de protegerlo frente a las agresiones de los microbios que se encuentran en el exterior, a modo de una barrera que impida que los gérmenes puedan atravesarla.
Cuando se rompe la piel decimos que se ha producido una herida; esto ocurre después de un golpe, una caída, un corte, etc. Al romperse la piel, se pierde su función de barrera protectora, creándose una puerta de entrada a los microbios con el consiguiente riesgo de infección.
Otro de los peligros de toda herida es la hemorragia. La sangre se encuentra circulando por el interior de los vasos sanguíneos (arterias, venas y capilares) que la transportan por todo el cuerpo. Cuando alguno de estos vasos sanguíneos se rompe, la sangre sale de su interior originándose una hemorragia.
Los peligros de toda herida son la infección y la hemorragia. La gravedad de una herida vendrá determinada por la profundidad, la extensión y la localización y dependerá de la velocidad con que se pierde la sangre y la cantidad de sangre perdida. Influirá, por supuesto, la edad, el estado físico, etc.
Ante una herida lo primero que debemos hacer es cohibir la hemorragia, si la hay. Nos lavaremos muy bien las manos y nos las limpiaremos con alcohol si podemos. A continuación, limpiaremos la herida con agua abundante y jabón, luego rociaremos con agua oxigenada o suero fisiológico si disponemos. Si sangra, taponaremos la herida con gasas estériles o paños limpios y presionaremos con un vendaje para evitar la hemorragia. Una vez deje de sangrar, pincelaremos la herida con un antiséptico, tipo Betadine o clorhexedina. Si los bordes están abiertos se debe remitir lo antes posible a un profesional sanitario para su sutura.
Si la hemorragia fuera muy grave, con pérdida importante y rápida de sangre, debemos taponar con vendaje compresivo y trasladar inmediatamente al herido a un centro hospitalario.
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