
El agua es el elemento de la naturaleza imprescindible para el mantenimiento de la vida de cualquier ser vivo. El hombre como ser vivo desarrollado, no solo consume agua para el mantenimiento de su propia homeostasis sino que también la consume para otros usos, que van desde la propia higiene personal a su empleo con fines culinarios, deportivos, agrícolas, industriales, etc.
Si bien es cierto que un agua saludable es apta para cualquier uso, debemos extremar las condiciones de salubridad para aquella que destinamos a nuestro uso personal, pues lo contrario puede devenir en enfermedad. Así, La Organización Mundial de la Salud estima en más de 1,5 millones de fallecimientos cada año por enfermedades infecciosas transmitidas por agua en mal estado. Naturalmente estas cifras hacen referencia sobre todo al Tercer Mundo, al que, no lo olvidemos, viajamos cada vez con más frecuencia y afortunadamente, cada vez más instruidos, gracias a las “guías para viajeros” y otros medios divulgativos. Los riesgos para la salud más comunes relacionados con el agua de consumo son los derivados de enfermedades por ingestión, inhalación de gotículas (Legionela) o contacto con agua de consumo.
Las enfermedades infecciosas así transmitidas pueden ser ocasionadas por diferentes agentes patógenos, tales como: bacterias (Salmonela, Shygella, Yersinia, E Coli), virus (hepatitis A y E) y algunos parásitos, y helmintos, siendo las bacterias y los virus los más frecuentes en nuestro medio. A su vez, la transmisión por el agua de consumo es sólo uno de los vehículos de transmisión de los agentes patógenos transmitidos por la vía fecal-oral. Pueden ser también vehículo de transmisión los alimentos contaminados, las manos, los utensilios y la ropa, sobre todo, cuando el saneamiento e higiene domésticos son deficientes. Para reducir la transmisión de enfermedades por la vía fecal–oral es importante mejorar la calidad del agua y su disponibilidad, así como los sistemas de eliminación de excrementos y la higiene general.
En razón a la brevedad del texto nos centraremos en los aspectos comunes y más prácticos de aquellas infecciones en nuestro medio, cuya puerta de entrada es la vía oral. Así, la penetración en el tubo digestivo de estos patógenos o sus toxinas, origina una clínica más o menos florida dependiendo de la cantidad de gérmenes inoculados y del estado inmunitario del paciente, que consistirá en un cuadro clínico de dolor abdominal, fiebre, vómitos y, con frecuencia, diarrea acuosa que, si se prolonga en el tiempo, deshidrata al paciente y puede conducirle a tener fallo renal u otras complicaciones. El clínico, en estas circunstancias, recomendará la toma de una muestra de heces que se enviará pronto al laboratorio para su procesamiento y cultivo en medios adecuados con el fin de detectar el agente causal. Al mismo tiempo aconsejará al paciente tomar las medidas conducentes para que siga una pauta de hidratación vigorosa con compuestos caseros tipo “limonada alcalina” o con compuestos comerciales como “suero oral”, con los que compensar las pérdidas de líquidos. Sólo su médico, después de una correcta valoración, podrá en todo caso, aconsejar otras medidas de tipo higiénico (aislamiento) o de carácter farmacológico, así como otras exploraciones conducentes a conocer la situación clínica en que se encuentra el paciente. No obstante, lo dicho, el objetivo en las enfermedades de transmisión por el agua debe centrarse en la prevención y en esta labor deben de estar implicados tanto los organismos públicos como la propia persona a través de una buena educación sanitaria.
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